055 La Divina comedia - Libro de Dante Alighieri Del Purgatorio: CANTO VIGESIMOPRIMERO.

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La Divina comedia Libro de Dante Alighieri CANTO VIGESIMOPRIMERO ME atormentaba la sed natural, que no se sacia nunca sino con aquella agua que pidió como gracia la joven samaritana; excitábame la prisa de seguir a mi jefe por el obstruído sendero, y me afligía el espectáculo del justo castigo. En esto, según refiere Lucas que se apareció Cristo a dos hombres en el camino, después de haber salido del sepulcro, así se nos apareció una sombra, que venía en pos de nosotros mirando a sus plantas las almas tendidas: aun no habíamos reparado en ella, cuando nos dirigió la palabra diciéndonos: —Hermanos míos, la paz de Dios sea con vosotros. Nos volvimos presurosamente, y Virgilio le hizo la demostración que convenía a aquel saludo. Después le dijo: —¡Que en el concilio bienaventurado te admita en paz el tribunal de verdad que me relega a un destierro perpetuo! —¡Cómo!—exclamó el espíritu—; ¿pues por qué vais tan de prisa, si sois sombras que Dios no se digna admitir allá arriba? ¿Quien os ha guiado hasta aquí por su escala? Mi Doctor contestó: —Si miras las señales que lleva éste y trazas al Angel, podrás ver que tiene el derecho de reinar con los buenos; pero como aquella que hila de noche y de día no había terminado aún la husada que le corresponde, y que Cloto prepara e impone a cada uno de nosotros, su alma, que es hermana tuya y mía, viniendo aquí, no podía venir sola, porque no puede ver como nosotros. Por esta razón fuí yo sacado de la vasta garganta del Infierno para enseñarle el camino, y se lo enseñaré hasta donde mi ciencia pueda guiarle. Pero dime, si es que lo sabes, ¿por qué dió antes el monte tales sacudidas, y por qué hasta en sus húmedos fundamentos parecían gritar a la vez todas las almas? Haciendo esta pregunta, Virgilio acertó como en una aguja con el ojo de mi deseo, de tal suerte, que bastó la esperanza para mitigar mi sed de saber. Aquél empezó de esta manera: —Nada sucede en la religiosa montaña, que esté fuera del orden o del uso establecido. Este sitio está libre de toda conmoción; y la que habéis sentido sólo puede proceder de aquello que el Cielo recibe digno de sí mismo, y no de otra causa. Porque no llueve, ni graniza, ni nieva, ni cae escarcha ni rocío más acá de la puerta de las tres pequeñas gradas. No aparecen nubes densas ni enrarecidas, ni se ven relámpagos, ni a la hija de Taumante, que allá abajo cambia con frecuencia de sitio. No hay seco vapor, que se eleve a mayor altura de la de aquellas tres gradas de que he hablado, donde tiene sus plantas el vicario de Pedro. Quizá temblará el monte poco o mucho más abajo de allí; pero por más viento que se esconda en la tierra, no sé en qué consiste que aquí no ha temblado nunca. Unicamente se estremece cuando algún alma, sintiéndose purificada, se levanta o se mueve para subir, acompañándola aquel cántico. La prueba de la purificación es la voluntad que excita al alma, libre ya, a mudar de sitio, ayudándole en su mismo deseo. No por eso deja de sentir antes de tiempo el anhelo ineficaz de subir al cielo, pero sin que tampoco la abandone el de satisfacer a la justicia divina, pues ésta le impone por el castigo el mismo afán que tuvo por el pecado. Yo, que he yacido en esta mansión de dolor más de quinientos años, no he tenido hasta este momento la libre voluntad de pasar a otra mejor: por eso has sentido el terremoto, y a los piadosos espíritus alabando por la montaña a aquel Señor, que los admitirá pronto en su seno. Así habló; y como el hombre goza tanto más en beber, cuanta mayor sed tiene, no sabré decir el contento que me dió. Mi sabio Guía le dijo: —Ahora veo la red en que estáis prendidos, y de qué manera os libráis de ella; la causa del temblor del monte y la de que os congratuléis. Hazme saber ahora, si lo tienes a bien, quién fuiste, y por qué has estado tendido durante tantos siglos: permíteme que lo deduzca de tus palabras.

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