05.07.57 Los Miserables de Victor Hugo (5ra Parte: Jean Valjean - Libro séptimo: Las heces del cáliz - Cap 02: Las partes oscuras que puede haber en una revelación)
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Los Miserables Autor: Víctor Hugo Quinta Parte: Jean Valjean Libro séptimo Las heces del cáliz Cap II : Las partes oscuras que puede haber en una revelación. Marius estaba trastornado. Ahora ya tenía la explicación de aquella especie de distanciamiento que siempre había notado por el hombre junto a quien veía a Cosette. Había en aquella persona un no sé qué enigmático del que lo avisaba el instinto. Ese enigma era la más repugnante de las vergüenzas, el presidio. Aquel señor Fauchelevent era el presidiario Jean Valjean. Toparse de pronto con semejante secreto en medio de la dicha es algo así como descubrir un escorpión en un nido de tórtolas. ¿Semejante vecindario condenaba para siempre la dicha de Marius y de Cosette? ¿Era un hecho ya decidido? ¿Aceptar a aquel hombre formaba parte de la consumación del matrimonio? ¿Ya no tenía remedio? ¿Marius se había casado también con el presidiario? Por mucho que se vea alguien coronado de luz y alegría, por mucho que esté paladeando la magna hora purpúrea de la vida, el amor correspondido, unas conmociones como ésta forzarían a estremecerse incluso al arcángel en pleno éxtasis, incluso al semidiós en toda su gloria. Como siempre sucede en los cambios de decorado a la vista del público, como este de ahora, Marius se preguntaba si no tendría algo que reprocharse. ¿Le había faltado intuición? ¿Había carecido de prudencia? ¿Se había aturdido voluntariamente? Un poco, quizá. ¿Había iniciado sin tomar suficientes precauciones para investigar el entorno aquella aventura amorosa que había desembocado en su boda con Cosette? Comprobaba —así, por una secuencia de comprobaciones sucesivas acerca de nuestra propia persona es como la vida nos va enmendando poco a poco—, comprobaba, digo, la faceta quimérica o visionaria de su forma de ser, algo así como una nube interior propia de muchos caracteres y que, en los paroxismos de la pasión y del dolor, se dilata, modificando la temperatura del alma, y se adueña por entero del hombre hasta tal punto que lo convierte nada más que en una conciencia sumida en una niebla. En más de una ocasión hemos indicado ese elemento característico de la individualidad de Marius. Recordaba que, en la embriaguez de su amor, en la calle de Plumet, durante aquellas cinco o seis semanas extáticas, ni siquiera le había mencionado a Cosette el drama del caserón Gorbeau cuya víctima había adoptado una postura deliberada de silencio durante la lucha y la posterior evasión. ¿Cómo es que no le había dicho nada a Cosette? ¡Y eso que era tan reciente y tan espantoso! ¿Cómo es que ni siquiera le había mencionado a los Thénardier y, muy en particular, el día en que se había encontrado con Éponine? Casi le costaba explicarse ahora su silencio de entonces. Pero era consciente de ello. Se acordaba de lo aturdido que se había quedado, de su embriaguez por Cosette, del amor que lo absorbía todo, de aquel arrebato mutuo en lo ideal, y quizá también, como de la cantidad imperceptible de sentido común que iba mezclado con aquel estado delicioso y violento del alma, de un impreciso y sordo instinto de ocultar y proscribir de su memoria esa aventura tremenda cuyo contacto temía, en la que no quería desempeñar ningún papel, a la que se hurtaba y en la que no podía ser ni narrador ni testigo sin ser acusador.