014 - Fausto - Johann Wolfgang Von Goethe Cap 14: Casa de la vecina
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Fausto - Johann Wolfgang Von Goethe Casa de la vecina Marta, sola. ¡Perdone Dios a mi marido! ¡Vaya! ¡Portarse así conmigo! Que yo viva sola, mientras él corre por el mundo. Yo causarle pesar nunca quería; sábelo Dios, de corazón lo amaba. (Llora.) ¡Quizá ha muerto! ¡Oh dolor! ¡Si una noticia segura yo tuviese! Margarita, entrando. ¡Marta, Marta! Marta ¿Qué hay pues? Margarita ¡Oh qué placer! Una cajita igual en todo a la otra hallé en mi armario y con joyas mejores y más ricas que las primeras. Marta Madre no lo sepa porque a su confesor las llevaría. Margarita ¡Ve, qué riqueza! ¡Ve! Marta, adornándola con ellas. ¡Feliz criatura! Margarita No poder en la calle, ¡qué desdicha!, ni en la iglesia mostrarme así ataviada. Marta Ven aquí y en secreto, podrás niña ornarte de estas joyas, pasearte ante el espejo, llena de alegría durante algunas horas, esperando una buena ocasión que al fin permita algo mostrar a las demás personas; primero, la cadena, y en seguida, los pendientes; si extraña algo tu madre, para calmarla hay buenas engañifas. Margarita No puedo comprender por quién ni cómo han podido venir las dos cajitas. (Golpean?) ¡Dios! ¿Si será mi madre la que llama? Marta, aguaitando por la cortinita. No, que es un extranjero, amiga mía. Mefistófeles, entrando. Mi libertad dispensaréis, señora. (Retrocediendo respetuosamente ante Margarita.) Yo quisiera tener solo noticias de la señora Marta de Schewerdtlein. Marta Yo soy; ¿qué es lo que usted pretendería? Mefistófeles, en voz baja a ella. Ya la conozco y esto me es bastante, que ahora tiene usted noble visita y en la tarde podré venir a verla. Marta, en voz alta. Por dama principal te toma, niña, este señor. Margarita ¡Ay! El señor se engaña; pobre soy, que estas joyas no son mías. Mefistófeles No son solo las joyas; usted tiene un porte y un mirar... ¡Me regocija poder quedarme aquí! Marta ¡Saber anhelo!... Mefistófeles ¡Daros más gratas nuevas yo querría! Y que por esto no me odiéis, confío: ¡partió vuestro marido de esta vida! Marta ¡Murió! ¡Tan buena alma! ¡Ay! ¡Yo fenezco! ¡Mi marido murió! Margarita ¡Marta querida, no desespere usted! Mefistófeles ¡Oíd la historia! Margarita Nunca, jamás a nadie yo amaría, tales pérdidas son insoportables. Mefistófeles Penas tienen los goces, y alegrías, los dolores. Marta ¡Su fin, señor, contadme! Mefistófeles San Antonio de Padua, en su capilla le otorgó, para siempre, un fresco lecho. Marta ¿Nada me trae usted? ¡Pronto lo diga! Mefistófeles Sí, una súplica grande y bien pesada; que usted le haga decir trescientas misas. Mas no me dio para ello ni un ochavo. Marta ¿Ni una nada señor? ¿Ni una alhajita, de aquellas que se guardan por memoria y que antes de venderla, se mendiga y se perece de hambre? Mefistófeles Yo me duelo de ello; pero el triunfo no tenía el vicio del derroche; de sus faltas mucho se arrepintió; de sus desdichas, aun más se lamentó. Margarita ¡Que los mortales sean tan infelices! Yo contrita, unos responsos rezaré por su alma. Mefistófeles Con ese garbo y gracias, debería casarse luego usted. Margarita No, por ahora. Mefistófeles Si no por un marido, se principia por un galán; es un placer celeste hacerle y recibir tiernas caricias. Margarita ¡No es ese el uso del país! Mefistófeles ¡No importa! ¡Todo al fin se acomoda! Marta ¡Bien! ¡Prosiga!