224 - Annie Hall -Woody Allen- La gran Evasión.

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Tal vez mirar a la cámara y contar una historia de amor sea como ir a un confesionario. El espectador sabe y el espectador entiende. Sin embargo, es lógico que el pobre Alvy no pueda sacarse de la cabeza a Annie. Quizá no supo vivir el momento o la complicidad que tuvo con ella. No quedan muchas mujeres como la mujer de tu vida. Eso está muy claro. Lo que pasa es que no te das cuenta hasta que la ausencia se apodera de tus días y lo que antes era divertido se ha convertido en algo sin gracia, sin espíritu, sin langosta. Sexo, jazz, psicoanálisis y muerte. Ése es el cóctel judío que le gusta a Alvy. Ir de mirón a una librería y comprar unos cuantos libros que no pegan ni con cola simplemente porque crees que a tu pareja le gustarían. Eso es el amor. O también levantarse a las tres de la mañana para matar a una araña del tamaño de un coche y que ella pueda dormir un poco más tranquila. Claro que ella es un poco nerviosa y Alvy un poco neurótico. Pero eso son sensaciones pasajeras que siguen su camino si hay amor alrededor. Un amor parlanchín y analista. Un amor que solo se da una vez en la vida. Sí, ése es el peligro. ¿Cómo se reconoce el amor de tu vida? Es imposible. Es como una apuesta en la ruleta. Si pones los sentimientos en rojo y resulta que sale negro, estás arruinado. Si, por el contrario, aciertas, eres millonario…pero ¿cómo saberlo? La respuesta está en la ausencia. Porque ella no está y sabes que te falta algo ¿verdad, Alvy? Falta lo más importante. Es aquello que te ponía la sonrisa en la boca y la ilusión en el corazón. ¡Qué pocas veces escuchamos a nuestro corazón! ES un mentiroso compulsivo, y cuando dice la verdad, no le creemos. Es como un niño que no quiere comer nunca más y, de repente, salta con que quiere ponerse hasta las cachas. Maldito corazón, ya podrías crecer y ser más responsable. Película clave en la filmografía de Woody Allen, donde comienza a mover intensamente piezas que luego serían claves a lo largo de su filmografía. Brecht en Nueva York, perdido en la gran ciudad mientras los sentimientos saltan y se empeñan en no aparecer, y cuando aparecen, en no llamar la atención; y cuando llaman la atención, en no hacerse costumbre; y cuando se hacen costumbre, en resultar indispensables. No hay quien les entienda. Con la fácil que sería llevar un cartel luminoso anunciando: “Soy el amor de tu vida”. Así, al menos, sabríamos cuándo dar la vuelta y decir que no y, claro, también cuándo decir que sí. Y es que el caso es que Annie, a lo mejor, no sintió lo mismo. Se fugó al oropel y se refugió entre las luces de neón y el fulgor de las fiestas y el brillo de las copas y la charla intrascendente, vacía y pedante de los intelectuales que pretenden que todo sea lo más importante y que todo sobre lo que opinan está bien pensado y más que pensado. Hay que adorar mucho Nueva York para aguantar las colas. Pero Alvy, creo, solo las puede aguantar con Annie. César Bardés Esta noche invitamos a Diane Keaton a cenar langostas en Radiopolis... Gervi Navío y Raúl Gallego

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