163 - Solo ante el peligro -Zinnemann- La gran Evasión.

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Un hombre camina por la calle polvorienta de un pueblo despreciable. Su traje negro contrasta con el blanco de un sol asfixiante. Va armado pero tiene miedo porque está solo. El polvo se adhiere a sus botas como preámbulo de su muerte más que segura, como si la tierra tuviera prisa para cubrir su cuerpo. La cadena de un reloj cuelga de su chaleco advirtiéndole, a cada paso que da, que le queda un segundo menos de vida. Sus pasos se van trazando entre el temor y la inapelable decisión de honradez que ha tomado. Sus ojos, sinceros, escrutan la calle de un lado a otro en busca de un arma que le haga compañía y, también, de la bala que llevará su nombre. Es muy alto y el sol, allá justo en el mediodía, proyecta su sombra oblicua en varias direcciones a la vez, como si se tratara de un fantasma difuminado en su propio estado etéreo, como si comenzara a entrar en la muerte. A la altura del corazón, una estrella que no brilla y que acabará despreciando en un gesto de hombría desprovisto de énfasis. A su alrededor, una mujer que no entiende que él sea capaz de defender algo que, simplemente ya no es suyo y que ponga en riesgo su propia felicidad por cumplir un supuesto deber moral. Una antigua amante, despechada por su abandono, que en el fondo sigue enamorada de él y que guarda una profunda admiración por su honestidad y su orgullo. Un ayudante que siempre se ha sentido aplastado por su aura de hombre bueno y valiente, más allá de toda consideración, consciente de su deber y que no huye. ¿Por qué no huye? Maldito, Kane. Que se vaya del pueblo y entonces yo tendré mi oportunidad de hacerme valer. Un amigo que piensa que los que vienen traerán más prosperidad al pueblo y que, por tanto, él tendría que irse. Intereses creados. Falsedades humanas. Bajeza moral por el siempre reprochable dinero. Kane, vete o muere. Fred Zinnemann dirigió esta película con guión de Carl Foreman como metáfora épica sobre el maccarthysmo y el miedo y la indiferencia que se instalaban en Hollywood mientras el fascismo se hacía sitio por su noviazgo con el capital. Y consiguió hacer que Gary Cooper estuviera hundido en su mirada, desesperado en su acción, arado en su rostro tan cercano al miedo cerval. Y así la película se incrustó con enorme coherencia dentro de la filmografía del director, obsesionado con ofrecer retratos de hombres que tenían que enfrentarse a acontecimientos que les sobrepasaban. Al fondo, el triunfo siempre era dudoso. Kane quizá consiga sobrevivir pero algo muere dentro de él. Tal vez la confianza en las personas, o puede que la seguridad en los amigos. Ya no volverá a ser el mismo porque dejó una estrella tirada en la calle de Hadleyville como símbolo del desprecio que siente por la gente que prefirió el caos y el desorden como medio para la prosperidad antes que la justicia y la defensa de lo que siempre estuvo a su lado. Y Kane lo estuvo. Cumplió con su deber. Fue ley y fue orden. Fue sinceridad. Fue lo que le pedían que fuera. Y, al final, hace lo que pide su propia integridad. Y no es fácil. Porque está solo. César Bardés Esta noche pedimos ayuda en Radiopolis, con la estrella de latón en el pecho... José Miguel Moreno, Raúl Gallego y César Bardés.

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