La reina del fraude especializada en herencias falsas
Historias de la economía - A podcast by elEconomista - Mondays
Cassie Chadwick, cuyo primer nombre fue Elisabeth 'Betty' Bigley, fue una de las grandes estafadoras del siglo XIX. Nació en una granja, tenía problemas de dicción, era sorda de un oído, y no tenía ningún rasgo destacable, pero consiguió estafar a banqueros, magnates, e incluso a su propia hermana. Con trucos tan simples que sonrojarían a cualquiera. La respuesta quizá estuviera en sus ojos, en su mirada intensa, incluso hipnótica; y en una época en la que nadie se atrevía a manchar el nombre de alguien tan importante como Andrew Carnegie. Bigley nació en octubre de 1857, en Ontario, Canadá. Era la quinta hija de ocho hermanos. Introvertida, soñadora y mentirosa desde pequeña, comenzó pronto con sus fechorías. Con tan solo 13 años, falsificó una carta con una presunta herencia de un tío en Inglaterra, y con ella logró abrir una cuenta bancaria. Le permitió empezar a utilizar cheques sin fondos, pero pronto fue arrestada. El tema es que los tribunales determinaron que tenía problemas mentales, y la mandaron de vuelta a casa, con su padre.Unos años después repitió el fraude, pero haciéndolo un poco más sofisticado. Falsificó una nueva notificación de herencia, y simuló las tarjetas de la élite social de aquel entonces, a modo de presentación. Con estar tarjetas, se dirigía a un comercio, escogía un artículo caro y pagaba con un cheque que excedía el valor del artículo. Con sus credenciales, los comerciantes no dudaban en darle en metálico la diferencia, y colaba siempre. Nadie dudaba de una heredera de una suma tan importante. Poco después se trasladó a Cleveland, a vivir con una de sus hermanas, recién casada. Y ella y su marido fueron pronto víctimas de Betty. Tras tasar todo lo que había en la casa, desde cuadros hasta sillas, se fue al banco a pedir un crédito, poniendo como garantía el valor de los objetos de la casa de su hermana. En cuanto el marido se dio cuenta, la echó de casa, aunque se trasladó a otro barrio de la misma ciudad.En 1883 se casó con un médico, pero la unión apenas duró 12 días. Después de que un periódico local se hiciera eco de la boda, una cola de comerciantes se agolpó en la casa del médico, exigiendo el dinero que les había estafado Betty. El marido pagó las deudas de su esposa para no verse afectado, pero no dudó en separarse.Con estos antecedentes, a Betty no le quedó más remedio que reinventarse. Empezó por cambiarse el nombre, a Marie Rosa. Pero las estafas continuaron. En un viaje por el estado de Pensilvania, fingió ser nieta de un veterano de la guerra civil, y simuló sufrir hemorragias para obtener dinero para su traslado de vuelta a Cleveland. Cuando le exigían el dinero, los estafados recibían una carta lamentando el fallecimiento.Pero bajo el nombre de Marie Rosa probó nuevas formas de engaño. En una, se hizo pasar por vidente, e incluso llegó a casarse con dos de sus clientes. El primero, un granjero al que abandonó; y el segundo, un rico hombre de negocios con el que tuvo un hijo, al que mandó con su familia a Canadá. Este, su tercer marido ya, murió poco después, dejando una herencia de 50.000 dólares de la época a Marie Rosa.Pero la primera herencia real que recibió no fue suficiente. Se trasladó a la ciudad de Toledo, en Ohio, y se volvió a cambiar el nombre, ahora a Lydia Devere, regresando al negocio de la videncia. Pronto consiguió convertirse en la asesora financiera de uno de sus clientes, al que lió en sus siguiente estafa, similar a las anteriores, pero introduciendo nuevos elementos.Lydia preparó un pagaré de un importante hombre de Cleveland, por valor de varios miles de dólares. Falsificó su firma, y pidió a su cliente que lo ingresara en su banco. Si no lo hacía, tendría que cruzar todo el estado de Ohio para conseguir el dinero, le advirtió para convencerle. Su cliente, un hombre distinguido, aceptó. En el banco no hubo problemas. Pero las entidades ataron cabos, y los dos...