Henry «Box» Brown o como alcanzar la libertad por correo

Nada más nacer, en 1815, aprovechándose de su carencia de uso de razón, a Henry Brown le hicieron esclavo en una plantación de tabaco de Virginia. Ni siquiera le habían cazado en África, ni le habían vendido enseñando sus dientes al bajar de un barco del emporio de María Cristina de Borbón. Igual que otros heredan de sus progenitores un apartamento en Torrevieja o una diabetes melitus, el legado paterno hizo a Henry Brown propietario de su propia esclavitud, del derecho a recoger sin descanso hojas de tabaco que se convertirían en humo como su existencia y de la obligación de conservar su vida, pues solo era parte del patrimonio del amo cedida en usufructo. Henry recogió tabaco, comió lo justo para recoger más hojas, cantó blues tristes, recogió más tabaco, recibió latigazos, tuvo una perspectiva distinta de lo insano del hábito de fumar, formó una familia sin casarse y, además de con su trabajo, contribuyó a la mejora del balance de la explotación con su mujer, que no esposa (¡cómo va a casarse un esclavo!), Nancy, y sus tres hijos, a los que el amo convirtió en cash. Henry no cabía en sí de ira. Vale que el amo no respetara su vida. De hecho, latigazo a latigazo, le había dejado claro las diferencias entre el usufructo y la propiedad. Pero de ahí a vender a Nancy y a sus hijos había mucho trecho. Las cosas no podían quedar así, el cielo clamaba venganza y Henry Brown también. Se iba a enterar ese negrero. El esclavo Henry Brown iba a devolver el golpe al inhumano que le negaba la condición de hombre, aunque fuera lo último que hiciera, o, precisamente por que iba a ser lo último que hiciera. El esclavo Henry Brown empezó a sabotear la propiedad de su amo lderramando ácido sufúrico sobre su propia mano. Era el 29 de marzo de 1848, tenía 33 años, una edad fabulosa para inmolarse. El esclavo Henry Brown no tenía una cruz donde clavarse, pero sí una caja de correos en la que abandonar, previo pago del franqueo, su mundo cautivo y, al tercer día, resucitar libre en Filadelfia en la zapatería de Samuel Smith. La eficiencia del servicio postal estadounidense redujo el plazo de resurrección de tres días a veintisiete horas, un poco más de un tercio de las condicones pactadas. A base de golpes y traslados boca abajo, Henry (ya) «Box» Brown mantuvo a duras penas oremus y aliento, pero perdió la esclavitud en el camino. Ya libre en Filadelpfia, aconsejó a sus seguidores que no pusieran etiquetas de frágil en sus envíos e intentó, en vano, recomprar a Nancy y a sus hijos. De la caja de correos nació unnuevo Henry, un encendido orador, apóstol de abolicionismo de la esclavitud, aunque fuera para sustituirla por la coacción del salario. Aunque no demasiado, la libertad falsa es un poco más real que la inexistente. Henry lo comprobó en su siguiente viaje. El billete de tercera clase es sensiblemente más caro que el envío por correo, pero la espalda sufre menos. Era 1850 y el congreso estadounidense había aprobado la ley del perro de San Huberto, el sabueso que perseguía a los negros fugitivos. Un hombre que había escapado de la esclavitud quedaba en situación ilegal aunque estuviera en un estado abolicionista. Nominalmente, Inglaterra era estado abolicionista, pero, afortunadamente para Henry, era otro país, y allí que se fue. Henry «Box» Brown, el hombre que logró la libertad en un paquete postal, hizo carrera como orador abolicionista en Gran Bretaña y la compatibilizó con espectáculos de magia y magnetismo animal y con una nueva familia. En 1875, el Príncipe Africano, el profesor H. Box Brown, volvió a América convertido en una estrella de las variedades. La esclavitud estaba abolida, pero los negros no estaban mucho mejor, así que tomó las de Villadiego y se asentó en Canadá. Escribió sus memorias y murió en Toronto el 15 de junio de 1997.

Om Podcasten

Un cuarto de maravillas, una habitación sonora donde recogemos los objetos raros y fascinantes que vamos encontrando en nuestro transitar por la vida. Esos hechos extraños y sorprendentes que nos enseñan que la realidad no tiene por qué estar siempre tan segura de si misma, que hay otras formas de verla y de interpretarla. Una colección que nos hace pensar que, del mismo modo que las cosas funcionan así, todo podría funcionar de otra manera.